11.6.20

Y el LH se levantó y anduvo: el regreso de un contador de historias

En 2009, Luis Humberto Crosthwaite publicó su novela Aparta de mí este cáliz, rompiendo un hiato de siete años desde la publicación de su libro anterior (2002). En ese marzo tuve la fortuna de presentarlo en las instalaciones de la librería El Día, en Tijuana. Lo que sigue fue el texto que leí durante la velada. Me parece que sigue vigente. Muy.
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—Como artista, mi historia puede terminar de dos formas: mis nietos le contarán a sus hijos que su abuelo ganó el premio Nobel o será el viejo quien les contará a unos niños, enfadados de escucharle, que una vez quiso ser escritor.
L. H. Crosthwaite
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Ya era hora, pensé cuando supe la noticia de que Luis Humberto estrenaba libro este año (2009). Después de leer Aparta de mí este cáliz tuve un sueño recurrente. Soñé que iba cayendo: Abajo, abajo, abajo, igual que como el sueño del Chuy, el personaje principal del Cáliz, pero en vez de no escuchar nada ustedes pónganle una canción cualquiera de Philip Glass: bien minimalista la escena. También, como en el sueño del Chuy, la caída no tenía fondo, así que mejor me relajé, hice como que me recosté: manos cruzadas detrás de la cabeza incluidas. Entonces lo vi: era Luis Humberto cayendo también. Pero este Luis era distinto, se veía más viejo: greñudo y barbón, vestía una túnica blanca con toques marrón y cremas. ¿Qué onda, Luis, le pregunté, a poco tú también sueñas que te caes? Pues sí, también soy humano y si no sueño no soy nada, no existo, me muero, contestó melancólicamente. Noté unas gotas de sudor resbalar por su frente, Tengo que correr... volar, más bien, no te aconsejo que te quedes, voltea para arriba. Volteé y alcancé a mirar un enjambre de personas, más bien bultos, que iban bajando a toda velocidad y tuve que imitar a Luis para planear y deslizarme más rápido hacia abajo.
Mantengo cierta distancia. La multitud se escucha más cerca. Alcanzo a distinguir palabras como ¡Blasfemo!, ¡Hereje!, ¡Igualado! Yo no creo que lo sea. “El Cáliz es una copa – justificó Luis el título de su nueva novela como respuesta a una de las tantas preguntas a la defensiva para limpiar el nombre bendito de Jesús– no hay palabras vedadas, además, cáliz es una bella palabra”. De acuerdo, pero ellos no lo están tanto, o por lo menos sus gritos de furia aseguran lo contrario.
A Luis lo conocí por El Gran Preténder, como la mayoría de mi generación, supongo. Pero no por esa primera edición de Tierra Adentro, que data de 1992. Entonces tenía siete años y mi único interés radicaba en invocar el poder de Grayskull, dominar la Espada del Augurio para poder ver más allá de lo evidente y pelear como una tortuga ninja. La literatura fue mucho más posterior, casi diez años después cuando me topé con un libro en especial. La portada de un ejemplar viejo estaba ilustrada por un rostro sicodélico con anteojos colorados y una guitarra, fue la primera vez que me topé con las siglas JM (Joaquín Mortiz) y el nombre de José Agustín. El título: Inventando que sueño, una primera edición que compré por 25 pesos a una viejecita que atendía un puesto en un tianguis ya extinto por culpa del Siglo XXI, en Tijuana, y que años más tarde presté a las manos equivocadas y se esfumó. Al igual que le escuché decir a Juan Villoro en una presentación y al mismo Luis Humberto, con Inventando que sueño me di cuenta que la literatura era otra onda. Acto seguido devoré todos los libros de José Agustín, Gustavo Sainz y Parménides García Saldaña. En sus historias me identifiqué y empecé a escribir las mías. Fue hasta leer Los grandes discos del rock de JA que me leí el nombre de Luis Humberto Crosthwaite como recomendación del mismo gurú de la onda, aunque le pese el título. Leí El gran preténder en la edición de Tusquets, compilado en Estrella de la Calle Sexta, en donde quedé fascinado con la historia del Saico, el lenguaje, el humor y el estilo fragmentario que caracteriza su narrativa hasta el día de hoy. Luego nos contó la increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio en Idos de la mente. Luego llegaron las Instrucciones para cruzar la frontera. Luego llegó la nada: alguna columna por aquí, alguna columna por allá. En el 2002, nuestro escritor tijuanense pareció haberse esfumado de la tierra. Hecho que fue comprobado por el mismo autor en el programa de radio pasado Cada jueves, de Jaime Cháidez, cuando confesó la verdad sobre su desaparición, digno de una portada del Semanario de lo Insólito o por lo menos una charla con Jaime Maussan: “fui raptado por extraterrestres que me llevaron en un Ovni.”
Pudo haber sucedido así: LH caminando sobre la playa en la noche, deprimido, después de haber saboreado un espreso doble en el Latitud. Un fanático se le acerca con Marcela y el Rey, al fin juntos, su primer libro de cuentos que junto con Mujeres con traje de baño caminan solas por las playas de su llanto, No quiero escribir no quiero, Lo que estará en mi corazón y La luna siempre será un amor difícil, son ejemplares raros e imposibles de conseguir. El fanático le pide que le firme a Marcela y mientras se lo dedica, le pregunta que por qué ya no escribe, a lo que LH responde No quiero escribir, no quiero y recibe un balazo. LH cae en la arena, con una sonrisa. A lo lejos, una luz brillante parece emerger del mar. Luego sueña, sueña que es John Lennon y Jesucristo a la vez y parafrasea Let me be, let me be. Entonces llega la nave espacial y lo absorbe por un rayo. Después de hacerle varios experimentos obligándolo a ver puras películas japonesas, uno de los extraterrestres le dice: Luis Humberto: Levántate y anda. Y Luis Humberto abrió los ojos, se levantó y anduvo. Así pudo haber sucedido, pero no lo fue. La familia, el trabajo, en fin, las necesidades de la vida cotidiana lo mantuvieron ocupado pero en su cabeza seguían rondando historias.
Imagino todo esto mientras vamos cayendo y los bultos ya tienen rostros largos, estirados, enfurecidos, rabiosos. ¡Luis!, le grito, ya nos alcanzaron. Chingao, no te detengas, síguele planeando. ¿Se habrá vuelto loco y paranoico como el Chuy? A lo mejor: en todos los escritores hay un grado de locura y personalidad múltiple y por supuesto que convierten sus vivencias y deseos en letras. Luis se describe a sí mismo como un nostálgico de nacimiento, un autor que hasta hoy sigue sintiendo un poco de pena autonombrarse Escritor. Él prefiere llamarse un contador de historias. La primera vez que pudo demostrar su habilidad fue en una antología titulada Fuera del cardumen que inició una nueva narrativa en baja california, o por lo menos eso dice en la portada, en aquéllos tiempos yo no existía todavía. En 1982 LH escribió que sus textos hablaban por sí mismos, eran directos y que no se metía en simbolismos: “si quiero decir algo, lo digo (lo bueno que nunca quiero decir algo)”, bromeaba. Ahora el simbolismo parece rodear la atmósfera de Aparta de mí este cáliz, pues tiene inspiración directa de la Biblia y la mitología cristiana, además de un toque de misterio en la trama. Precedida por un buen material cinematográfico y literario que de igual manera retoma la figura mítica de Jesucristo como personaje principal.
Me gusta pensar en el Cáliz como una secuela del Gran preténder, en donde el barrio es el que liga las dos historias. El barrio como reflejo de la realidad social que vivimos en estos tiempos violentos de ficciones pulposas. Ahora el protagonista es el Chuy, un cholo contemporáneo del Saico que fue a parar a la cárcel por culpa de unas caguamas de más y un accidente de altura que lo persigue toda su estancia detrás de los barrotes como una sombra. “Lo del Pequeño fue un error.”, es la primera pista que nos deja flotando en medio de una página completa. Para calmar la conciencia, el Chuy parece adentrarse a la lectura de los evangelios para redimir la culpa y como escape se inventa que él es Jesucristo y su Dios no es hombre ni es su padre: es una mujer atractiva a la que sueña besar y alcanzar la purificación mediante el acto carnal, o así lo dedujo mi pervertido cerebro. Luis Humberto compara a Chuy con Alonso Quijano, quien en su locura miraba monstruos en los molinos de vientos con la excepción de que este Chuy quijotesco ve romanos y fariseos. Por eso prefiere ver el sacrificio de la crucifixión en la cara del Hermano, el archienemigo que le manda notitas de amenazas desde que regresó al barrio, notitas como “Cruz, cruz, que se vaya Jesús” y “Clavo, clavo, clavo”.
Clavo, clavo, clavo es lo que grita la multitud. Esto de andar volando y cayendo sin fondo nomás no, es cansado. Inútil seguir huyendo, le digo. Tienes razón. LH decide enfrentar a la manada enfurecida. Mientras esperamos, flotando, me dice que es “un mexicano común: no religioso. Creo en Dios pero en un Dios que se manifiesta de distintas maneras para cada uno de nosotros. La Iglesia católica es como cualquier partido político. Tiene sus propios intereses, su agenda. A la Iglesia no le interesa que su gente piense ni sea libre. Quiere encerrarlos en este dogma que no te deja actuar como un individuo y sólo te daña” (siendo lo anterior un fragmento de una nota a fin que tenía el título de “Regresa el desacralizador” en El Economista y usada para los propósitos de este viajezote).
Escuchamos una trompetilla seguida de una voz. Para no hacerla más larga, un enano acusaba a Luis Humberto de hereje y mal cristiano. La lluvia de Q’s y A’s (basada en una discusión virtual de El Universal en línea) fue más o menos así (cada pregunta estuvo acompañada de gritos y aleluyas):
¿Tiene Idea del daño que haces con ese tipo de historias inventadas? ¿Por qué no utilizas algún personaje político o artístico en vez de decir herejías? ¿Acaso no estás agradecido de la vida que Dios te dio? ¿Por qué escribes sobre un tema que sabes que causara polémica?, ¿quieres alcanzar fama apoyándote en eso?, ¿no crees que deberías tener mas respeto hacia la gente que cree en Jesucristo como lo describe la Biblia?
Y peguntas por el estilo continuaron. Todo suscitado por esta obra literaria que nos ha reunido aquí, hermanos, para celebrar su publicación (Librería El Día, en Tijuana). Las críticas llegaron al extremo de recibir una carta de queja con sugerencias de una excomulgación. El veredicto de los “creyentes” fue mortal, mejor ni les cuento. De lo que sí estoy seguro es que cuando Luis vuelva a abrir los ojos, escuchará una voz femenina que le susurrará al oído: Compadre, bienvenido a la fiesta, y acto seguido ella se dejará besar por fin.


Foto tomada por el buen Rafa Saavedra, el día de la presentación, publicada en su blog.
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Posdata: Han pasado 10 años desde la publicación de la última novela del LH (Tijuana: Crimen y olvido). Este año nuestro autor ha reclamado los derechos de sus libros y ha prometido compartirlas poco a poco. Por lo pronto pueden leer la edición de cuarentena que preparó de Idos de la mente. Esperemos sorpresas. A leer.